Un monstruo parido desde la sombra.
Silencio; hace frío, como si estuviera sin ti. Amaneció
sin piedad el día. Aún este monstruo camina erguido conmigo, haciéndome sombra.
Y el rincón de los recuerdos se ha escondido triste, y tu rostro pálido como
si hubieras muerto, y tu nombre oculto como prohibido amor.
Y otra vez sin ti.
Yo no sé cuánto he cambiado para ti, si sigo siendo el
mismo joven intrépido que soñaba con algún día escribir un libro; que bajo el
invierno te escribía poesías; yo ya no sé si pienso que el amor es el más grande
de todos, que bajo esos sencillos parámetros puede uno enumerar muchos aciertos;
no sé si ahora vivo de palabras lindas coloreadas de matices infinitos, y, de filosofías alentadores que aprendí de
tanto leer a Cuauhtémoc; no percibo claramente, si la emoción vaga de un
amor hace la vida inquieta con sensaciones imposibles de describir; yo no
sé muchas cosas, no sé si soy aún un muchacho...
Yo sé que he cambiado, pero no sé cuánto; no sé si ahora me afecta, en el corazón, algún mendigo en la calle con sus harapos tristes, o el enfermo de hospital que se aferra a la esperanza, esperando la medicina como un milagro. Yo no sé cuánto he cambiado, no sé si al volver a ver un niño desnudo, se me parta el corazón en pedacitos infinitos o que, si al contemplar al padre viejo y abandonado, ha de hincharse mucho el pecho; yo no sé cuánto he cambiado, pero he cambiado.
Yo sé que he cambiado, pero no sé cuánto; no sé si ahora me afecta, en el corazón, algún mendigo en la calle con sus harapos tristes, o el enfermo de hospital que se aferra a la esperanza, esperando la medicina como un milagro. Yo no sé cuánto he cambiado, no sé si al volver a ver un niño desnudo, se me parta el corazón en pedacitos infinitos o que, si al contemplar al padre viejo y abandonado, ha de hincharse mucho el pecho; yo no sé cuánto he cambiado, pero he cambiado.
Sólo sé que con cada batalla mal peleada me siento más
lejos de casa, sólo sé que con cada manotazo perdido al viento tengo el alma compungida.
Es el alto precio que se debe pagar por aferrarse a la vida.
Tengo la esperanza de volver a casa, y sentarme sobrio,
con un buen café, y contemplar la tarde desde el corredor donde espero jueguen
los hijos. Pero no sé yo, con cada herida no sanada, con los compases escuetos
de cariño no expresado; por cada desdén, no sé si pueda volver a casa.
No sé si al volver, mi esposa me reconocerá, si podré
abrazar a mis hijos, si estos sueños que vislumbré perdidamente, aún yazcan en
el anhelo, o tal vez ya fenezcan como la pasión inquieta cada vez que te oía
llorar.
Yo no sé cuánto he cambiado. A veces pienso que he
cambiado demasiado y que los días terminarán acabándome.
Maleruva.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario